Instrumento del Espíritu Santo

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros» (Jn 14, 15-17). Jesús, en la Última Cena, habla a los discípulos sobre la unión que debe haber entre la fe, la entrega a Jesucristo desde el amor y la puesta en práctica de la Palabra de Dios en la vida cotidiana. Esta vivencia profunda de la fe nos llevará a una fuerza interior que nos permitirá amar a los demás igual que Jesucristo. Pues, en definitiva, es la aspiración que tenemos todos los cristianos: imitar a Jesús en todo lo que somos y tenemos. 

El Señor Jesús nos regala el Espíritu Santo para que podamos conocer mejor la verdad sobre Dios y sobre los hombres, para que la hagamos nuestra y podamos vivir el Evangelio en primera persona, sin dejarnos seducir por otras palabras que nos quieren embaucar en estilos de vida totalmente distintos a los que nos llama el Señor; intentando confundirnos para que el Evangelio no sea nuestra norma de vida y así entremos en una dinámica donde el todo vale se hace fuerte y donde comenzamos a convertir en normalidad lo que no es. No todo vale y no todo es relativo. Hay que tener convicciones fuertes para mantenerse firmes en la fe y sobre todo con nuestras convicciones cristianas y espirituales intactas. La cultura del relativismo pretende dañar nuestras creencias cristianas más profundas y verdaderas, y ahí es donde tenemos que ser vigilantes. De ahí la intensidad de vida de fe con la que hemos de vivir cada día para que nada nos altere negativamente nuestra vida espiritual. La exigencia del Evangelio nos tiene que hacer más discípulos de Cristo.

Tener fe no es solo creer una serie de verdades sobre Dios, el hombre, la vida y la muerte…, sino que consiste en cuidar nuestra relación con Cristo, llena de intimidad y profundidad, para dar la vida por amor como Él lo hizo desde la Cruz. Amar a Jesucristo es fiarse en todo momento de Él, no dejar que entre la duda en tu corazón, sabiendo llevar la cruz de cada día y mirando con esperanza al futuro que nos llenará de vida nueva gracias a la Resurrección. Pon tu vida en las manos de Jesús para que así lo ganes todo. Sintoniza tu vida con sus pensamientos y sentimientos, para que tu espiritualidad esté siempre renovada y no vivas desordenada ni mediocremente.

Tener fe significa estar también dispuesto a renunciar a todo lo que anula el amor. Amar a Dios y al prójimo es el resumen de los Diez Mandamientos y necesita de las actitudes idóneas en tu vida de fe que te permitan llevarlo a cabo con plenitud, estas son las que nos dice Jesús en las bienaventuranzas: pobreza de espíritu, buscar el consuelo en el Señor, mansedumbre de corazón, búsqueda de la justicia, misericordia, pureza de corazón, construir la paz y perseverar ante las adversidades, especialmente cuando has de caminar contracorriente (cf Mt 5, 1-12). No podemos desentendernos nunca del Señor ni de los demás, porque son dos pilares que nos permiten vivir auténticamente nuestra fe, sin rebajar el Evangelio acomodándolo a nuestra conveniencia. El Señor ha escrito y escribe en tu corazón cada día para que compartas todo lo que te dice y te vacíes totalmente en tu entrega a los demás. Busca diariamente los momentos para llenarte de Él y así renovarte interiormente para que tengas esa frescura espiritual que todos necesitamos para reconocer al Señor cercano y presente. Es maravilloso ser partícipe del proyecto de amor que Jesucristo ha instaurado y del que tú eres parte activa. No te conformes ni te dejes llevar en tu caminar. Sé tú quien marca el ritmo a los hermanos desde la fidelidad al seguimiento de Jesucristo, porque así el Espíritu Santo será visible en ti a todos los que te rodean y serás su instrumento.