Equilibrio interior

Parece casi normal que en nuestra vida suframos altibajos. Hay días que estamos más animados que otros; sentimientos que van y vienen; ilusiones y desilusiones que marcan la vitalidad con las que luchamos las cosas; enfados y desenfados con las personas que nos rodean y las circunstancias que tenemos que vivir…; y un sin fin de actitudes y vivencias que hemos de afrontar cada día y que marcan esos picos altos y bajos que tenemos en nuestro interior y que condicionan nuestra forma de vivir. Mantenernos en un mismo estado y nivel de vida interior parece casi imposible, porque vivir constantemente en equilibrio interior resulta una empresa difícil y dura a la vez, pues hemos de tener una fuerte vida interior que nos ayude a mantenernos en paz, serenidad, esperanza e ilusión en todo momento y en cada vivencia, independientemente de cómo sea. Es cierto que no somos máquinas, pero si algo nos ayuda a mantenernos en este equilibrio tan preciado y beneficioso es nuestra vida espiritual, pues nos ayuda a afrontar desde la presencia de Dios y desde la confianza más absoluta cada situación que tengamos que vivir, por muy dura y traumática que sea.

El ejemplo lo tenemos en Cristo en Getsemaní. Aunque tuvo su momento de angustia (cf Mt 26, 36-46) y de sufrimiento interno, a pesar de que los discípulos se durmieron y no estuvieron a la altura de lo que esperaba el momento, el Señor Jesús ni se enfadó, ni se peleó, ni discutió con ellos, sino que se acercaba a ellos y les decía «Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26, 41). La debilidad de la carne y de la voluntad hace que en muchas ocasiones la tentación se haga tan fuerte que la consentimos y pecamos. En nuestro corazón y nuestra razón tenemos más que claro lo que hay que hacer para ser perfectos, pero a la hora de la verdad sabemos lo que cuesta el mantenerse fiel y fuerte en la adversidad. Jesús, como todos los días iba a orar a la montaña, mantuvo ese equilibrio interior que le permitió vivir en la presencia de Dios en todo momento. Lo mismo le ocurrió a Job, en ningún momento se enfadó con Dios ni perdió la paz ante las tentaciones que el diablo le iba poniendo con la intención de que desesperara y renegara de Dios. No consintió en ningún momento negar a Dios a pesar de que todo se le ponía en contra y las noticias que le llegaban sobre sus hijos y propiedades eran nefastas. Job nunca renegó de Dios.

No pienses que Cristo es el Dios Hijo y que no te puedes comparar con Él. No pienses que Job es un santo, un elegido de Dios y que tampoco te puedes comparar con él. La oración y lo que ésta puede hacer en tu vida, no puede tener ningún límite ni ningún condicionante que permita actuar a Dios y darle paso en tu corazón y en tu alma para que sea Él quien te dirija y te ayude a vivir cada instante desde su presencia, independientemente del sufrimiento, dureza, alegría o gozo que suponga para tu vida. Esto no quita que las situaciones te afecten y te hagan sentir. No puedes renunciar a tus sentimientos como tampoco puedes renunciar a tu fe ni a los frutos que puede dar en tu vida. Por eso, como dice Jesús a Pedro, Santiago y Juan en Getsemaní, hay que velar y orar para no caer en la tentación, que siempre va a estar ahí, al acecho, aguardando el momento de mayor debilidad para que todo lo que has conseguido en tu vida de fe rápidamente lo pierdas y seas totalmente vulnerable a lo que el demonio quiera hacer contigo, apartándote de Dios lo más lejos posible.

Eres consciente de la debilidad de la carne que se deja arrastrar por las pasiones y bajos instintos; de la debilidad de tus propios sentimientos que muchísimas veces te juegan malas pasadas; de la debilidad de tus pensamientos que atraviesan tu mente con ideas muy locas y extremas y que no tienen nada que ver con lo que tu eres. Por eso es importante que veles y ores para no caer en la tentación, para que no te alejes de Dios en ningún momento y siempre estés unido a Él. Así serás capaz de mantener el equilibrio interior en tu vida, que te ayude a asimilar todo lo que ocurre desde Cristo y así en ningún momento vivas alterado ni fuera de ti mismo, siendo capaz de afrontar con serenidad y calma cada acontecimiento de tu vida, en la presencia del Señor resucitado, y totalmente lleno de esperanza. Confía en Cristo. Con Él todo se puede cuando está en tu corazón. No dejes que se salga nunca.