
Tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros a veces nos resulta demasiado difícil. En nuestro mundo constatamos continuamente la desconfianza que hay entre las personas; lo ajeno y distante que nos quedan los problemas de los demás; el individualismo con el que nos movemos; los intereses por los que actuamos las personas buscando el propio beneficio y olvidándonos de mirar a los otros; el olvido y la ceguera con el que tratamos a los más desfavorecidos, pasando delante de ellos como si no estuvieran; la competitividad que hay en nuestro entorno sabiendo que hemos de estar atentos para que no nos superen o no nos adelanten en nuestros propósitos e intereses. Que esta Cuaresma seas capaz de pararte a reflexionar sobre el trato que estás dando a todas las personas que tienes a tu alrededor, desde las más cercanas hasta las que se cruzan en tu día a día y ni siquiera te paras a hablar con ellas. Es la oportunidad que se te presenta para cambiar actitudes, pensamientos y sobre todo el entorno que te rodea, para así hacer realidad el nuevo mundo al que nos llama el Evangelio cada día, desde el amor y la misericordia.




Es miércoles de Ceniza, ha llegado la Cuaresma. Un año más, seguro que tendrás nuevos propósitos y deseos de aprovecharla para cambiar algunos de los aspectos de tu vida. Es cuestión de actitud interior, de buscar con todas tus fuerzas el encuentro con Cristo que te transforme y te convierta. No tengas miedo, lánzate. Los procesos de fe son necesarios y hemos de respetarlos, la aventura que Dios te propone merece la pena. Para vivirla debes arriesgar porque supone un cambio de vida, de hábitos, de manera de ser. Que tus esfuerzos y sacrificios se vean recompensados por los saltos cualitativos que des en tu vida de fe. No dejes pasar por alto la Cuaresma, pensando que ya llegarán los días en los que te pondrás en modo “ON” para tu conversión. El tiempo apremia y has de comenzar hoy porquees miércoles de Ceniza.«Lo que hagas hazlo en lo escondido, porque tu Padre que ve en lo escondido te recompensará» (Mt 6, 1-6.16-18). Busca tu recompensa en el Señor, que tus reconocimientos vengan por las miradas de amor que Dios te echa y no por las palmaditas en la espalda que te dan los demás, llenándote así de orgullo personal, satisfacción y vanagloria.
Hay veces que nuestro camino se hace demasiado cuesta arriba. La vida nos marcha bien, hasta que de repente nos llegan sorpresas inesperadas que nos hacen reaccionar, tanto para bien, como para mal; según nos pille y dependiendo del ánimo con el que nos encontramos, reaccionamos mejor o peor. Cuando se tratan de dificultades y sufrimientos, experimentamos el peso de la vida, de los problemas, y nos creamos una coraza que se interpone entre cada uno y lo que nos rodea, para hacernos fuertes, impenetrables; lo que pasa es que por mucho que queramos resistir, hay veces que el sentimiento de culpa, impotencia, desazón y desánimo pueden más dentro de nosotros mismos, y terminan haciéndonos más daño del que quisiéramos. Afrontar los problemas y dificultades no resulta para nada sencillo, pero es ante la adversidad donde tenemos que superarnos para no sucumbir al desaliento y así podamos encontrar la fuerza y la manera de salir adelante.
Queremos formar parte de proyectos, dar nuevos pasos que nos hagan ser personas distintas, capaces de mejorar, madurando como personas y avanzando en nuestro crecimiento espiritual. No basta solo la buena voluntad y las buenas intenciones. Necesitamos dar pasos que nos ayuden a romper con nuestros prejuicios, con las experiencias pasadas que nos coartan y que limitan nuestra capacidad de acción. Hay veces que hemos de estar dispuestos a superar malas experiencias y desencuentros con las personas, eliminando todos los prejuicios que nos posicionan ante las nuevas situaciones que se nos presentan en nuestra vida y que nos permite avanzar con determinación y seguridad. Nuestra capacidad de respuesta en momentos así nos define como el tipo de personas que somos, creciendo en interioridad y dando paso a la felicidad en nuestra vida desde una dimensión distinta, que nos permitirá enriquecer nuestra fuerza interior, sabiduría y espiritualidad.
