Déjate amar por Dios intensamente

Hay veces que la vida no viene como te gustaría, parece que las cosas te salen y por mucho que te esfuerzas, por mucho que piensas en cómo cambiar la inercia de tu vida y de cómo actuar, no encuentras respuestas que te ayuden a que tus esfuerzos den fruto y que te sientas más feliz y realizado con todo lo que haces. Situaciones así te llevan a desesperar, a perder la confianza en ti y a verlo todo un poco más oscuro. No te rindas, no des paso a la desazón en tu interior, porque, aunque pienses que todo está perdido, Dios quiere decirte, que siempre a lo largo de tu vida, ha sido Él quien te ha ido abriendo caminos y dando luz donde tú pensabas que ya no se podía hacer nada más. Igual que el Señor ha estado contigo en tu vida pasada, también lo seguirá haciendo en tu vida futura, porque Dios es fiel y nunca abandona a sus hijos. No dejes de confiar en Él y sigue perseverando en la oración.

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¿Cómo ser más paciente?

Ejercer la paciencia es un don. A veces la perdemos con demasiada facilidad. Un proverbio turco dice que “la paciencia es la llave del paraíso” y no le falta razón porque nos permite vivir cada situación de nuestra vida de una manera más serena, calmada, sin perder el control de lo que hacemos y dominando especialmente nuestros impulsos, especialmente aquellos que hacemos con rabia y que sacan lo peor de nosotros mismos. La paciencia nos permite que la espera sea más tranquila, que no nos dejemos llevar por las prisas y por querer que todo salga como nosotros queremos y deseamos. Son muchos los ejemplos del día a día donde la paciencia la perdemos con facilidad: en el coche, cuando llamamos por teléfono a algún familiar y no nos lo cogen, cuando tenemos que hacer una cola demasiado larga en la compra… Nos hemos acostumbrado a lo inmediato, fruto de la cultura de consumo en la sociedad de bienestar en la que vivimos.

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Deja que Dios actúe en tu vida

Hay veces que la razón puede más que la fe. Llega a bloquearnos y angustiarnos en los momentos en los que no entendemos las cosas. Afrontar el sufrimiento es muy duro y el buscar respuesta a tantas preguntas, a veces incontestables, llegan a provocarnos un dolor más grande y una impotencia aún mayor. La tristeza se hace poderosa en nuestra vida y hace que bajemos los brazos totalmente invadidos por la amargura que nos invade. En momentos así hay que agarrarse a la esperanza y no dejar que sucumba ante la dureza de la vida. La resignación y la decepción comienzan a hacerse presente, fruto del poder que hemos concedido a la frustración, que se traduce en las preguntas sin respuesta y en que nuestra razón no llega a entender porqué la vida es tan injusta. Somos seres humanos, las emociones influyen fuertemente en nuestra vida y son capaces de llegar a dominarnos en muchas situaciones. En momentos así es más fácil entrar en la desesperación que en la esperanza cristiana. Es más fácil dejarse llevar por la razón que agarrarse fuertemente a la fe. La duda crece y ante el dolor que proporciona por la falta de respuestas hace que, incluso sin querer, la fe comience a debilitarse y tambalearse.

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Amarse a uno mismo

Somos conscientes de la importante que es saber integrar en nuestra vida las vivencias y experiencias que vamos teniendo. Nuestra vida es un puzzle en el que tenemos que ir situando cada una de las piezas que lo componen. Hay algunas que cuestan encajarlas más que otras, pero nunca debemos de cejar en el empeño de buscar y encontrar el lugar adecuado a cada una de ellas, y así iremos dando forma y color a nuestra vida, para que cuando la miremos nos sintamos identificados y llenos de ilusión para seguir realizando nuestro propio camino. No debemos bajar el ritmo y el proceso que cada uno llevamos; sabemos de la importancia que tiene cada experiencia que vivimos porque son nuestras vivencias particulares, y aunque algunas veces pensemos que no son importantes, estamos equivocados, cada una de ellas nos marca y nos hace más persona.

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Con paz

A todos nos gusta llevar la razón, sobre todo cuando estamos en el momento álgido de una discusión, hacemos y decimos lo que sea necesario para quedar por encima de nuestro interlocutor. Hay momentos en los que incluso no medimos ni las palabras ni las formas, lo que importa es quedar por encima del otro, aunque luego nos sintamos mal y con remordimientos, achacándonos incluso, el poco tacto que hemos tenido o las malas palabras y gestos que hayamos podido decir y realizar. Es difícil controlarse en situaciones así y mantener la calma, pero no es imposible.

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No juzgar

Humildemente creo que son muchos los pensamientos, juicios,  críticas… que se nos pasan por la cabeza a lo largo del día sobre las conductas y hechos de los demás. Algunos nos los guardamos para nosotros, otros los comentamos con los demás, y en ocasiones con estos comentarios, nos recreamos en la crítica y en juzgar a los demás.

Con la velocidad que fluye la información las noticias vuelan y somos capaces de enterarnos en el momento de lo que está ocurriendo o  de lo que se está comentando. Y cuando juzgamos y criticamos a una persona en un círculo de confianza, cuando nos encontramos con ella o está en el mismo lugar que nosotros, ya no la miramos igual, porque todo lo hablado nos condiciona ya.

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Todo llega

Esta mañana tenía una conversación donde hablaba con una persona sobre la esperanza y la paciencia que hay que tener ante los proyectos que uno desea que le lleguen a su vida. ¡Cuántas veces nos ponemos nerviosos cuando lo que queremos no llega! A mí también me pasa.

«El mejor fuego no es el que se enciende rápidamente» (Mary Anne Evans). En un mundo tan global en el que la información vuela a una velocidad supersónica, buscamos la inmediatez, y sin darnos cuenta nos hemos metido en un ritmo de vida tan fuerte que no somos capaces de pararnos. Nos cuesta trabajo hacer silencio en nuestro interior, esperar, aguantar los defectos de los demás y aceptarlos tal y como son, no juzgar ni hablar mal de los demás, orar y meditar la Palabra de Dios…

Uno de los doce frutos del Espíritu Santo es el de la Paciencia que nos permite hacerle frente a la tristeza y al desánimo ante una situación que parece que no llega o que no termina. Humanamente, cultivar la paciencia sin Dios a veces se convierte en una tarea ardua y difícil, pero con la presencia y la ayuda del Espíritu Santo hace que la paciencia brote y podamos enfrentarnos a situaciones duraderas y hasta permanentes, con confianza y con calma. Y entonces llega la paz y la serenidad, incluso en medio del sufrimiento y del dolor.

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