
Hay veces que nos llegan regalos del cielo que no esperamos y que al principio nos desconciertan, pero luego nos encanta haberlos recibido. Estos regalos son los besos que Dios nos da porque simplemente somos sus hijos. No todo en la vida van a ser problemas, dificultades, sufrimientos y agobios. Dejémonos querer por Dios que nos va mandando regalos preciosos para seguir alimentando nuestra fe y ayudarnos a madurar y crecer. Todos queremos y deseamos los buenos momentos y las buenas rachas, a veces tardan en llegar y nos cuesta demasiado mantener la paz, la serenidad y la calma en el Señor. Dios bien sabe lo que se hace con nuestra vida, lo que pasa es que por norma general no nos gusta sentirnos controlados por nadie. Queremos sentirnos libres, aunque muchas veces somos víctimas del control que nuestra sociedad, los ambientes y el qué dirán hacen sobre nuestros comportamientos y actitudes. Procuremos ser siempre coherentes para vivir como pensamos y así no acabar pensando cómo vivimos, pues sería demasiado triste que nos sumergiéramos en el ritmo de vida de nuestra sociedad y acabáramos debilitando nuestra fe y perdiendo nuestra relación con el Señor, que quiere darnos los mejor cada día de nuestra vida.




Todos somos conscientes de que muchas veces nos equivocamos y podemos perjudicar a los demás y a nosotros mismos. En nuestra mejor intención está el hacer las cosas desde nuestra mejor voluntad, pero por nuestras pobrezas y limitaciones, hay veces que las cosas no nos salen como nos gustarían. Esto hace que, en ocasiones, nos sintamos mal y contemplemos con impotencia cómo los demás también se desencantan con nosotros. Por eso es necesario que estemos muy despiertos y atentos para poder rectificar y no cometer siempre los mismos errores, teniendo esa actitud crítica con uno mismo y esa continua revisión personal que hace que miremos en nuestro interior y tengamos esa rapidez y facilidad para cambiar.


