Aceptar el sufrimiento

A lo largo de nuestra vida son muchas las situaciones en las que nos vemos desbordados y superados por lo que nos ocurre o tenemos que vivir. Hay veces que no estamos preparados para afrontar momentos que nos llevan al límite de nuestro sufrimiento y que hace que toda nuestra vida se tambalee. Perdemos la ilusión y tomamos conciencia de que las cosas son más difíciles de lo que nos gustaría. Los pensamientos se nos disparan y no somos capaces de llegar a controlarlos. Parece como si nos fuésemos a volver locos, porque por más que repasamos lo ocurrido no encontramos explicación lógica.

Entonces poco a poco va surgiendo en nuestro interior ese sentimiento de impotencia, que nos va dando más amargura aún si cabe, y que nos va sumergiendo en una frustración cada vez más grande y más difícil de controlar. Y comienza ese sufrimiento, ese dolor que hace que hasta respirar nos cueste trabajo, y ya ni te cuento lo imposible que resulta despejar la mente, reflexionar con claridad. Y nos venimos abajo, llegamos a hundirnos en nuestro problema y se llega a convertir en monotema de nuestra razón, de nuestros pensamientos.

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Siempre con ilusión

La palabra ilusión tiene dos significados casi antagónicos según la RAE:

  • Primero de “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos”.
  • Segundo de “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.”.

Hay muchas veces donde escuchamos a la gente que nos rodea que “ha perdido la ilusión”, e incluso a nosotros mismos nos puede ocurrir el vernos sin ella. Y lo vemos todo negativo o hasta sin salida. Este no es el camino. La ilusión es el envoltorio de la felicidad, que está dentro y que nos lanza a la plenitud.

No caigamos en el tópico que dice que “de ilusión también se vive”, porque seríamos ilusos, dejando que nuestra felicidad no dependa de nuestra vida real sino de lo que esperamos o anhelamos.

Nuestra vida está llena de oportunidades, muchas veces disfrazada de obstáculos, y gracias a la capacidad que tenemos de soñar y de luchar por nuestros sueños, superamos las dificultades y llegamos a alcanzar nuestros propósitos.

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Eres protagonista

Somos los protagonistas de nuestra historia y el guion lo vamos haciendo con lo que cada uno vivimos. Sí, Dios nos quiere protagonistas principales y únicos del guion de nuestras vidas. Nos quiere activos, sin medias tintas, «¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca» (Ap 3, 15-16). Nos pueden parecer duras estas palabras, aunque bien es cierto que muchas veces somos tibios con el Señor y con los compromisos de nuestras vidas. Para esto ha venido Jesús, para comprometernos y hacernos protagonistas del Evangelio. Estamos en el tiempo del Espíritu Santo y daremos testimonio cuando vivamos unidos y en comunión con los demás.

Si estamos dispuestos a aceptar los retos de Dios, a fiarnos de él y a lanzarnos a seguir sus pasos y hacer todo el bien posible a las personas que nos rodean no nos vamos a ver defraudados. Así lo vivieron los discípulos. Les costó dar el paso y vencer sus miedos.

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No juzgar

Humildemente creo que son muchos los pensamientos, juicios,  críticas… que se nos pasan por la cabeza a lo largo del día sobre las conductas y hechos de los demás. Algunos nos los guardamos para nosotros, otros los comentamos con los demás, y en ocasiones con estos comentarios, nos recreamos en la crítica y en juzgar a los demás.

Con la velocidad que fluye la información las noticias vuelan y somos capaces de enterarnos en el momento de lo que está ocurriendo o  de lo que se está comentando. Y cuando juzgamos y criticamos a una persona en un círculo de confianza, cuando nos encontramos con ella o está en el mismo lugar que nosotros, ya no la miramos igual, porque todo lo hablado nos condiciona ya.

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Es tu oportunidad

Me decía el otro día un alumno en clase que estaba agobiado porque tenía muchos exámenes y que no le apetecía trabajar, dejándome entrever que estaba cansado y con poca motivación. Muchas personan se bloquean ante la presión, el agobio y la auto-exigencia cuando tienen mucho que hacer y sobre todo cuando dejamos todo para el final.

Cuando nos encontramos en situaciones así o parecidas nos proponemos con frecuencia que no nos va a volver a pasar, incluso nos enfadamos con nosotros mismos porque una vez más hemos vuelto a tropezar en la misma piedra. Y nos solemos decir con energía que es la última vez que nos ocurre, que ya está bien.

Es el momento de cambiar y de superarte. No te conformes con lo mínimo. Ten altas aspiraciones pues ya la vida misma se encarga de colocarnos en el lugar que nos merecemos y de bajarnos nuestras expectativas. Ilusiónate por lo que te parece inalcanzable para que tus metas sean altas y así puedas avanzar y crecer.

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¡Con alegría!

Siempre me ha llamado la atención cuando me han dicho que se utilizan menos músculos de la cara cuando se sonríe que cuando se está enfadado. Hay muchos tipos de sonrisa: alegría, miedo, vergüenza, enfado, dolor, desprecio, incredulidad, júbilo, entusiasmo… La sonrisa la utilizamos cuando estamos pasando un buen momento y también cuando no es tan bueno. Y es que el ser humano es capaz de sonreír y sin embargo de confundir y disimular el estado de ánimo que se puede tener en el momento.

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No te equivoques

Siempre me ha dicho mi padre desde pequeño: “Hijo mío, antes que el número 2 está el número 1”. Siempre he dicho que mi padre cuando habla “sienta cátedra”, y muchas personas que lo han conocido me han dicho después de tratarlo que es verdad, que cuando habla “lo clava”. No es amor ciego de hijo. Creo que esta sabia frase nos ayuda a priorizar en nuestra vida, para saber elegir con sabiduría y sobre todo a poner a tu familia en el lugar que corresponde. Sin evasivas ni escapes.

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Juntos de la mano

Hace años me emocionaba en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes al ver a un matrimonio anciano rezar el rosario delante de la gruta de la Virgen. Ella estaba en silla de ruedas, y el sentado en el banco, detrás de ella. Rezaban susurrándose al oído los misterios del Santo Rosario. Ahí, en ese momento, di gracias a María por el testimonio de fe que me estaban dando.

Me alegra mucho ver la calle a matrimonios mayores, y cuando digo mayores, de más de sesenta y cinco años, caminando juntos cogidos de la mano. Todavía los hay, y me parece una escena preciosa, pues es el reflejo de un amor madurado y curtido por la experiencia de la vida; no exento de dificultades y superados por el amor cuidado y cultivado con el paso del tiempo.

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Decir “Sí”

Decir “Sí” muchas veces cuesta y nos compromete demasiado, y mucho más cuando no tenemos mucho tiempo para pensar o meditar la decisión. Queremos sentirnos seguros y tener nuestra vida bajo control, sabiendo de las ventajas y de los problemas que nuestras decisiones nos pueden traer. Por eso, en ocasiones, nace el miedo que tenemos a decidir y a lanzarnos en lo importante de nuestra vida.

Cuántas veces nos hemos podido dejar llevar por los impulsos y nos hemos arrepentido cuando hemos constatado que no ha sido la decisión adecuada, y también a la inversa, cuántas veces nos hemos alegrado de que hemos hecho lo correcto y a pesar de jugárnosla y arriesgarnos, nos ha salido bien, hemos acertado y hemos respirado tranquilos.

Si de algo estoy convencido en mi vida es que todo lo que viene de Dios no puede ser malo, más bien lo contrario, siempre será bueno. Y Dios es paciente y actúa. Cuando estamos preparados lo vemos con claridad y cuando no lo estamos espera con paciencia el momento adecuado. Así lo he experimentado a lo largo de mi existencia. Y me encanta descubrir cómo Dios ha actuado en la vida del hombre a lo largo de lo historia y lo sigue haciendo en la actualidad.

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