Responder desde la fe en tiempos de pandemia

Decía Santa Teresa de Jesús que la cabeza es la loca de la casa. Y es cierto que, en este tiempo de pandemia, después de quince días de confinamiento, donde hemos empezado a adaptarnos, quien más quien menos a este nuevo estilo de vida temporal, son muchas las cosas que se pasan por la cabeza, y, son muchas las inercias que empezamos a tomar al ir perdiendo la fuerza con la que empezamos los primeros días. Digo esto porque un matrimonio conocido me decía anoche cómo, si no estás atento, te relajas en la vida de oración y te sumerges en los nuevos hábitos adquiridos durante esta cuarentena provocada por el covid-19. Y al igual que nos podemos relajar espiritualmente, también corremos el peligro, de que la “loca de la casa”, nuestra cabeza, también comience a plantearse alguna que otra pregunta sobre Dios y el porqué de las cosas.

Si Dios lo sabe todo, ¿por qué no impide entonces el mal? (Youcat 51). Es una pregunta que ante la impotencia que podemos sentir en determinados momentos de nuestra vida (mucho más en estos que estamos viviendo en la actualidad) puede asaltarnos en nuestro interior e incluso martillearnos y hacernos dudar sobre el Señor. 

Santo Tomás de Aquino dice: “Dios permite el mal sólo para hacer surgir de él algo mejor”, porque “Dios quiso libremente crear un mundo «en estado de via» hacia su perfección última”.

Según Santo Tomás de Aquino, Dios al crear el mundo quiso que este caminase hacia Él, que es el estado de máxima perfección. Y para llegar a esta perfección “este devenir trae consigo el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección” (CIC 310). Y ese camino de perfección que queremos alcanzar es la santidad a la que todos aspiramos y de la que, en ocasiones, sobretodo cuando pecamos, nos sentimos más bien alejados. Es este tiempo una bellísima oportunidad para acercarnos más al Señor y poder disfrutar y saborear su presencia que tanto necesitamos.

Pero hay veces que a “la loca de la casa”, nuestra cabeza, le da por empezar a pensar y cuestionarse porqué Dios deja que pasen cosas malas, y mucho más en este tiempo de pandemia por el covid-19, que tanto nos está marcando y cambiando la vida. De hecho, las noticias sanitarias y las expectativas económicas que tenemos no están siendo nada buenas, por lo que somos conscientes que nos esperan unos tiempos difíciles donde todos tendremos que sacar lo mejor que tenemos dentro y ser más solidarios y comprometidos con el bien común.

Entonces cabe la pregunta: “¿Cómo se puede creer en un Dios bueno cuando existe tanto mal?” (Youcat 51). Parece que tenemos derecho a preguntarnos esto, especialmente cuando vemos a tantas personas que están falleciendo víctimas del covid-19, solos en los hospitales; y a sus familiares impotentes, llenos de dolor y angustia en sus casas, sin poder hacer nada y contemplando cómo la vida de los que más aman se va injustamente por la enfermedad. El amor que sentimos por los nuestros hace que suframos y les queramos proteger con todas nuestras fuerzas. Y eso es precisamente lo que Jesús nos enseña: Amar sin medida sin hacer acepción de personas.

Por eso, nosotros, que sabemos sacar nuestro lado más humano y nuestros mejores sentimientos y actitudes, no podemos quedarnos en esta cuestión referida, sino más bien en esta otra: “¿Cómo podría un hombre con corazón y razón soportar la vida en este mundo si no existiera Dios? La Muerte y Resurrección de Jesucristo nos muestran que el mal no tuvo la primera palabra y no tiene tampoco la última. Del peor de los males hizo Dios salir el bien absoluto. En la vida del mundo futuro el mal ya no tiene lugar y el dolor acabará” (Youcat 51).  

Esta es la respuesta que la fe nos da: Mirar al Crucificado que ha entregado su vida, víctima de una injusticia, como injusta es la muerte. Pero ni la muerte ni la injusticia tienen la última palabra en el lenguaje de Dios porque “¡Jesucristo ha resucitado!” y es la VIDA (en mayúsculas) que Dios pone a nuestro alcance, para que nuestra fe se acreciente y ante el dolor y el sufrimiento que el mal de este mundo nos causa, seamos capaces de trascender y acercarnos al Dios Consuelo que llena nuestra alma de certeza, esperanza y confianza. Hoy más que nunca tiene sentido el escuchar decir al Señor por boca del profeta: «mis caminos no son vuestros caminos» (Is 55, 8). Porque “del mal, Dios es capaz de hace surgir de él algo mejor”. Y Dios nos convierte el corazón; nos hace volver a lo esencial de nuestra vida, tantas veces descuidado; y se nos entrega en la Cruz para que nosotros sigamos su ejemplo y seamos capaces de ponernos cada día de nuestra vida en sus manos, siendo conscientes de que ni ella ni nuestro futuro nos pertenece, sino que solo es de Él. No nos toca entender, nos toca sentir, amar, esperar… ¡Confía!