Reflexión sobre el ayuno

Quizás por la falta de costumbre o porque no lo tenemos bien metido en nuestros hábitos y costumbres de nuestra vida espiritual, el ayuno es un arma poderosa para luchar contra el mal y las duras tentaciones a las que nos somete el demonio. El ayuno es importante para la vida cristiana, porque es un ejercicio espiritual que nos lleva a la libertad, ya que rompe ataduras relacionadas con los apegos a la vida del mundo y nos libera de la opresión del pecado. El ayuno es un precepto establecido por Jesús que nos dice: «Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6, 17-18). Qué importante es el sentido que queremos dar a nuestro ayuno, para obtener una madurez espiritual y que el Señor nos conceda también la gracia por la que ayunamos. Es una acción que ha de salir de nuestro corazón y que no debe saber nadie, más que Dios que ve lo escondido y conoce lo más recóndito de nuestro ser.

A Jesús también le preguntaron por el ayuno. Los discípulos de Juan el Bautista se extrañaban porqué los discípulos de Jesús no ayunaban, y Jesús les contestó: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán» (Mt 9, 15). La primera comunidad cristiana ayunaba y oraba al Señor, para rezar con más fuerza y pedir al Señor ayuda y bendiciones sobre lo que acontecía en su día a día, especialmente a la hora de tomar decisiones (cf Hch 14, 23). Por eso Jesús lo propone como una ayuda para ser personas decididas a caminar como hombres nuevos, determinados a seguirle con paso firme. Quien se convierte al Señor y lo sigue con fidelidad, descubre en el ayuno una fuente grande de crecimiento espiritual, porque te ayuda a liberarte de todos los lastres que te impiden caminar con paso firme y decidido. Sé fuerte para llenar tu vida del amor de Dios, sobre todo para vencer las batallas con la ayuda de la oración y del ayuno. Así lo dice el apóstol san Pablo también: «Las armas de nuestro combate no son carnales; es Dios quien les da la capacidad para derribar torreones» (2 Cor 10, 4).

Todo ha de venir rodado, fluido, con determinación, para que Dios pueda actuar cuando lo requieren las circunstancias y ayudarnos a superar las dificultades que se nos presentan. Dios siempre está atento a lo que necesitamos para concedérnoslo cuando estemos preparados. El ayuno ha de hacerte más humilde, más servidor y más entregado a las cosas de Dios. Ha de enriquecer tu vida espiritual cada vez más, para que puedas progresar y estar más cerca de Dios. El discernimiento se enriquece con el ayuno, pues la mente está más atenta a lo que Dios quiere decirte en cada momento.

Son muchos los motivos por los que uno puede ayunar, pues el ayuno no tiene porqué limitarlo a la Cuaresma y Semana Santa. Puede ser ante cualquier necesidad que tengas, ante la sequedad espiritual que puedas estar atravesando en tu vida espiritual; cuando te sientas en peligro o riesgo grave; cuando quieras seguir creciendo espiritualmente; cuando necesites la ayuda del Señor ante cualquier situación que estés viviendo; cuando haya situaciones que no te permitan avanzar… Ahí es donde el ayuno se convierte en un arma poderosa, porque tu alma se hace más fuerte con Dios y tu testimonio espiritual comienza a transmitir con autenticidad tu experiencia del encuentro con Cristo vivo y resucitado.

Y mirando a los demás son muchas las situaciones en las que tenemos que practicar el ayuno y privarnos de actitudes que alimentan nuestra incomprensión y hace que a los demás los tratemos con dureza, indiferencia o prejuicios.

Los frutos del ayuno que quiere el Señor son de misericordia, de amor y de servicio, porque es el camino que nos lleva a la cruz. Por eso «que tu ayuno lo note el Señor y no los hombres, pues Dios que ve en lo escondido te recompensará». (cf Mt 6, 17-18).