Caminando con dolor – Camino de Santiago (VI)

Amaneció en Portomarín en una etapa con miedos e incertidumbres, pensando si sería capaz o no de aguantar. Un fuerte dolor en los cuádriceps, especialmente en la pierna derecha, me hacía dudar de mi capacidad de resistir toda la etapa. Al principio pensaba que con calentar la comenzar a andar, se me quitaría el dolor; de hecho nada más salir de Portomarín y subir la primera cuesta (larga, por cierto), las sensaciones eran buenas y eso me ha tranquilizado. Al llegar al camino llano y las primeras bajadas el dolor se ha ido haciendo más agudo, y el miedo al abandono se ha hecho más grande. He bajado el ritmo, pensando en no forzar demasiado y en llegar cuanto antes a Palas de Reí. Así he caminado los veinticinco kilómetros. 

Esto me ha llevado a reflexionar sobre los momentos difíciles de mi vida, donde he sufrido especialmente y he tenido que adaptarme a vivir y sobrellevar en el día a día mis sufrimientos, dolores y situaciones nada cómodas a las que he tenido que hacer frente. No es fácil el Camino de Santiago, como la vida misma; hay que estar preparado para lo que venga, porque las cosas pasan sin esperarlas. Cuando menos te lo esperas te ves sorprendido y compruebas que tu estabilidad se ve totalmente amenazada. ¡Cuántas personas a nuestro alrededor viven constantemente con un sufrimiento, con un dolor! La tristeza embarga el corazón y el camino de la vida se hace duro y pesado. Piensas en abandonar, en tirarlo todo por la borda, en que tu vida no tiene sentido, en tantas preguntas que se amontonan en tu mente y que la hacen volar con ideas y deseos que pueden llegar a ser locuras. Los pies siempre en el suelo, como los tuyos cuando andas en el camino, y que tanto cuestan levantar. Temes dar otro mal paso, un movimiento distinto que te haga más duro el dolor. Al final terminas adaptándote y te vas acostumbrando al dolor. Los seres humanos somos capaces de adaptarnos a las situaciones de la vida. Nos acostumbramos a sobrellevarlas. Pero esto no es todo. Hay que recuperar la esperanza, sabiendo que hay un lugar de descanso donde los males se reparan. En el Camino de Santiago es la ducha y el sueño reparador. En la vida cotidiana, los creyentes encontramos nuestro descanso en el Señor que nos invita a poner nuestros cansancios en sus manos, para que Él nos cure las heridas y nos renueve las esperanzas, tan vitales para seguir avanzando y encontrando el sentido a lo que hacemos cada día. 

He podido pensar, y agradecer a la vez al Señor, cómo me he sentido cuidado cuando más le he necesitado y como me ha ayudado a mantenerme firme en mi fe. Me he acordado de todos los que conozco y que están pasando dificultades personales en este momento, pidiéndole de manera especial al Señor que les ayude a encontrar el alivio a su alma y el consuelo, que Él solo sabe dar. Porque sé que Dios siempre da la fortaleza y nos sostiene. Él reanima nuestras esperanzas y nos da ánimos para seguir adelante. 

Y, a pesar del cansancio físico al final de la etapa, aumentaba la alegría y la satisfacción de haber dado un paso más hacia Santiago de Compostela, que no es el final del Camino (sobre esto escribiré otro día), pero sí un objetivo a conseguir. Reponer fuerzas y descansar ha sido primordial para comprobar una vez más la capacidad de recuperación que tiene nuestro cuerpo, y como lo que hoy era miedo, desde el dolor, se ha transformado en motivación para seguir adelante muchísimo más recuperado y mejor de lo que esperaba. Y con este gozo he ido a concelebrar la Eucaristía a la parroquia de San Tirso, ilusionado y lleno de ganas por continuar el Camino.

Que la perseverancia te ayude a no rendirte, a no desfallecer, a impedir que en tu interior entre el deseo de abandonar, de claudicar y de dejar de luchar. Paso a paso lograrás llegar a superar el dolor y el sufrimiento. Al principio cuesta mucho aceptarlo, aprender a vivir con ello; acostumbrarte a seguir avanzando con ese dolor agudo e interno, que te llena de dudas y temores. Te encuentras sin fuerzas y tienes que cambiar tu ritmo, tu forma de vida. Deja que Dios entre en tu corazón, sea tu compañero de camino y paso a paso, casi sin darte cuente, llegarás a tu parada, donde te renovarás y comenzarás esa ansiada recuperación, no por tus propios méritos, sino porque es el Señor quien actúa y te ayudará a volver a recuperar la ilusión y la esperanza. 

Caminar con dolor es duro. Abandónate en las manos del Señor, persevera en tu oración y déjate guiar por Él y verás qué es lo que te ocurre. (Te agradecería enormemente que me cuentes tus experiencias). 

El Señor te bendiga.