
Estar alegres y contentos cuando las cosas marchan bien eso es muy fácil. Mantener la alegría y la esperanza cuando las situaciones se tuercen y las cosas no marchan como queremos, esto es algo muchísimo más difícil. Siempre las personas que afrontan con fuerza, ánimo y esperanza sus sufrimientos y dificultades, se convierten, para los que las conocen, en testimonio y ejemplo de fortaleza; son ellas las que animan a quienes las rodean y las que sonríen; parece que no se sabe de dónde sacan las fuerzas y cómo transmiten esas ganas de vivir y de luchar. En muchas de ellas, al menos las que yo conozco, la fe juega un papel muy importante. Poner a Dios en la vida es el mayor de los regalos que pueden tener y ofrecer también a los demás.


¡Cuánto agradecemos una sonrisa y unas buenas palabras en el trato con los demás! A todos nos gusta que nos traten bien siempre; que se dirijan a nosotros con respeto y cordialidad y que en las distancias cortas sean amables. Una persona sencilla y humilde es una persona delicada, tiene una sensibilidad especial porque en lo que hace, transmite ternura, respeto, amor… y te hace sentir importante. Es algo que todos deseamos ver cada día, que para los demás somos especiales, importantes. Lo más hermoso es cuando la delicadeza y la ternura salen solos, síntoma evidente de que uno hace lo que siente y no tiene que realizar ningún esfuerzo para demostrar nada a nadie.
Hay muchas veces en las que vemos a las personas que han sufrido bastante y mantienen la entereza, la normalidad en su vida. Quizás a nosotros también nos ha podido ocurrir en muchas ocasiones. Y ante esto solemos decir: “La procesión va por dentro”. Es la manera de decir que el sufrimiento y el dolor lo tenemos en el interior, aunque no lo exteriorizamos, o al menos eso intentamos. Porque no queremos hacer sufrir más a los que nos quieren, porque necesitamos salir adelante y pasar el bache cuanto antes, porque no queremos que los que nos han hecho daño disfruten de nuestro dolor… y otras razones más que nos hacen actuar así.
La palabra envidia viene del latín “in-videa”, que significa “el que mira mal”. Y es que hay veces que miramos mal a las personas deseando algo que ellos pueden tener y nosotros no. Hay veces que la felicidad del otro puede llegar a molestarte e incluso a hacerte sufrir, y esto se vuelve contra nosotros. Santo Tomás de Aquino lo refiere como “el dolor del bien ajeno”. Tendemos a generalizar y solemos decir que el mundo en el que vivimos está lleno de envidia, pero por norma nunca miramos dentro de nosotros, sino que es mejor mirar los defectos y debilidades de los demás.