
Tener fe en Dios es el mayor de los tesoros que tenemos en nuestra vida y que debemos de cuidar, pues bien sabemos que en cuanto nos descuidamos, nos enfriamos y lo que hoy vemos con total claridad, mañana es posible que no sea tan claro y dudemos o reneguemos de lo que hoy es totalmente certero. Para mantener nuestra fe es imprescindible cuidar nuestra oración personal, ya que nos permite encontrarnos con Dios, alimentarnos espiritualmente y fortalecer nuestras creencias desde la interiorización y el corazón. Si algo necesita nuestra oración es dedicación y tiempo. A Dios no podemos ir con prisas, con nuestras prisas; sino que tenemos que “gastar” tiempo con el Señor para entrar en ese cauce de comunicación donde todo fluye, y nosotros hablamos a Dios, pero sobre todo Dios nos habla a nosotros. Hay que hacer silencio en la mente y en el corazón para escuchar lo que Dios nos tiene que decir.

La vida nos trae situaciones que no esperamos, donde tenemos que tomar decisiones que nos marcarán para siempre. Estas situaciones las podemos provocar nosotros o nos vienen solas, sin quererlas. Para estos cambios repentinos no estamos nunca preparados. Desde la fe hay dos opciones: confiar en Dios y hacernos más fuertes en la fe, o abandonar a Dios renegando de Él.
Muchas son las ocasiones en las que nos encontramos entre la espada y la pared. Incluso llega a parecer que no vemos ninguna salida por ningún lado vayamos por donde vayamos. La vida nos va poniendo pruebas en el camino que de alguna manera miden nuestra fe y la confianza que tenemos en Dios. Siempre en los momentos de dificultad y de incertidumbre tenemos la duda que nos martiriza y que hace que vayamos desconfiando de todo.


