Recuerdos que dejan huella

Bien sabemos todos que por la huella que dejan las personas en nuestros corazones, es difícil olvidar. Los recuerdos son importantes porque nos retrotraen a experiencias maravillosas y también duras que hemos vivido. Han marcado nuestra vida y nos han permitido crecer, aprender y hacernos más fuertes ante las adversidades. Siempre necesitamos de personas que nos completen y sigan sacando cada día lo mejor de nosotros mismos. El amor que las tenemos y todo lo que compartimos con ella van calando hondo en nuestro corazón y van dejando con el paso del tiempo una huella imborrable. Hemos de aprender a olvidar lo malo, lo que no sirve, y quedarnos con lo bueno, con lo que construye y nos permite serenar nuestra alma y vivir en paz, sabiendo que tenemos la conciencia tranquila porque hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Recordar lo malo que los demás nos han podido hacer significa dejar un resquicio de rencor o de reproche hacia otra persona, y es un signo claro de que todavía no hemos superado esa situación difícil o dolorosa que nos han causado. Si de verdad queremos vivir más en paz y tranquilos no basta con perdonar de corazón, que por cierto, hace muchísimo bien; aunque cueste la misma vida, hay que tratar de olvidar esos recuerdos para que así el corazón pueda estar totalmente en paz. Es cierto, que, humanamente es muy difícil perdonar ciertos agravios. Lo que no podemos olvidar es que donde humanamente no podemos llegar nosotros, ha de llegar Dios, pues para eso tenemos la fe, para que nos libere totalmente de cualquier atadura que no nos permita vivir completamente en paz. Es ahí donde el Dios de lo imposible, que es nuestro Padre y nos llama “hijos”, tiene que hacerse notar, y nosotros hemos de estar bien dispuestos a dejarnos hacer también por el Señor en todos los sentidos.

Necesitamos de la fe, porque humanamente nos vemos desbordados en muchas situaciones que nos inquietan y agitan. Y es precisamente ahí donde tenemos que dejar paso al Señor, para que Él nos de lo que necesitamos en cada momento y nos permita sacar cualquier resquicio de rencor o reproche que podamos tener hacia los demás.

Hay recuerdos que dejan huella y son los que verdaderamente merecen la pena. Las buenas experiencias que hemos vivido; el amor que hemos puesto en lo que hemos hecho y hacemos; creer en los proyectos y en las personas y entregarles todo lo que somos… nos ayudan a sentirnos realizados como personas y disfrutar saboreando la plenitud en nuestra vida. No bases tu vida en los recuerdos, porque te quedarás anclado en el pasado. Pon todas tus fuerzas en lo que haces, para que así sigas dejando huella y permitiendo que los demás dejen también huella en tu vida. Vivir el presente y saborear lo que realizas te permitirá vivir intensamente cada momento, como la Eucaristía, poniendo en práctica lo que Jesús nos dice en la Última Cena: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía» (Lc 22, 20). Es desde la entrega, desde el sacrificio por amor que debemos de hacer por los demás, como dejaremos esa huella tan importante en la vida de quienes nos rodean. Jesús nos dice que tengamos siempre presente lo que Él realizó, así recordaremos cómo nos amó hasta el extremo y podremos seguir sus mismos pasos.

 

La Eucaristía es fuente de vida, nos llama a compartir nuestra vida desde el corazón. Cada vez que así lo hacemos estamos siendo más auténticos, pues llenamos nuestra vida de verdad, de pureza. Nos mostramos transparentes ante los demás, porque quien comparte desde corazón así lo vive. Alimentaremos nuestras relaciones humanas desde el servicio y la entrega, porque lo realizamos en el nombre del Señor Jesús. “Haced en memoria de Jesús”significa actuar movidos por Él, poniendo en práctica todo lo que nos ha enseñado, y esto es un verdadero reto. Porque tenemos que dejar que sea el Espíritu de Dios quien nos mueva, quien nos saque de nuestra zona de confort para darlo todo. Esto es lo que queremos: Dejar huella en quienes nos rodean, y desde la presencia de Cristo viviremos amando y llenando de gozo y alegría los corazones de los demás. Y así, sí que merece la pena.