Amados de Dios

Todos experimentamos en nuestra vida el amor de los demás que se manifiesta a través de gestos y palabras. Cuando las palabras vienen refrendadas por los gestos, cuánto disfrutamos y qué bien nos sentimos, porque amar y sentirse amado es maravilloso. Sabemos que el amor hay que cuidarlo, porque si no se va desgastando, terminamos perdiéndolo y lamentándonos por lo que tuvimos en nuestras manos y dejamos escapar. Es importantedejar que el Señor te enseñe a amar, pues así tu fe crecerá y dejarás que sea el Señor quien te vaya guiando por los caminos de ese amor incondicional que nos propone como modelo para imitar.

Busca siempre ese amor pleno en tu vida, que te hará sentirte lleno de la presencia de Dios. No dejes que Dios se vaya de tu lado y que tu capacidad de amar se vea mermada por su ausencia. Que el conocimiento de Dios te lleve a adentrarte en su inmensidad, en ese corazón tan grande que Dios tiene y que nos ayuda a comprender mejor lo que nos pasa y poder recibir esos besos y abrazos que nos da en todo momento. Así lo dice el apóstol San Pablo: “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 5). Dios da a nuestros corazones un amor renovado, para que no nos cansemos ante el desgaste que sufrimos en nuestra vida por los roces de la convivencia y las dificultades de la vida. Por eso la esperanza siempre nos va a ayudar a creer en el amor que Dios nos da y a no claudicar. Siempre necesitamos tener certezas y motivos que nos ayuden a mantenernos firmes en nuestros empeños porque sabemos de nuestra propia fragilidad y de la facilidad que tenemos para cansarnos y bajar los brazos. La esperanza nos permite creer en el amor incondicional de Dios y estar alerta para que la tentación de abandonar no nos prive de ese amor de Dios que tanto necesitamos.

Nuestro mundo, tan desconfiado y apático en temas de fe, necesita esas ráfagas de amor que Dios nos da, pues saca lo mejor que llevamos dentro e ilumina a los que nos rodean, pues nos convierte en testigos de su amor. Ser testigo es una gran responsabilidad, porque por nuestra opción de vida y porque no ocultamos lo que creemos y  celebramos, nos convertimos en referencia para los que nos rodean, que además esperan ver en nuestras actitudes y comportamientos el Evangelio de Cristo. Por esto, Dios quiere llenarnos de su Amor, para que pongamos en práctica la Palabra de Dios y llenemos de amor los corazones de quienes están a nuestro lado, para así transmitir nuestro enamoramiento de Cristo y el deseo de poder servirle cada día a través de los hermanos. Dice el apóstol san Juan: “Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 20-21). Si nos llenamos del amor de Dios es para entregárselo a los hermanos, sin excepción, y este amor es para darlo no con quien mejor nos llevamos, sino a las personas con las que estamos más separados, porque es ahí donde verdaderamente ponemos en práctica el Evangelio.

El amor de Dios nos lleva a salir de nosotros mismos, a no quedarnos en lo cómodo y seguro, sino a arriesgarlo todo por Cristo. Porque por amor estamos llamados a realizar grandes cosas y a dejarnos guiar por Él. Vive tu fe, ama sin límites a los demás, abre tu corazón de par en par para que puedas sentir lo mucho que Dios te ama, porque Dios confía en ti y sabe de tu vida, lo que en este momento necesitas… y no quiere defraudarte. Él quiere que desde tu fe te entregues totalmente sin esperar nada a cambio, viviendo el servicio en su plenitud y saboreando lo que realizas, pues lo vives con tanta intensidad y pasión que no dejas que nada se escape. Que las prisas no te priven de estar con Dios; que puedas pararte y cada día repartas su amor, para poder renovarlo en oración y así vivir tu vida intensamente, siendo consciente de que no estás dejando pasar de largo ni un solo instante para amar y ser amado por Él.