
Muchas veces guardamos las apariencias ante los demás para ocultar nuestros problemas, estados de ánimo, opiniones y pensamientos… con el fin de no ser sinceros para no herir y para no quedar mal. Sabemos sobradamente que la sociedad que nos rodea está llena de apariencias donde todo parece que funciona con normalidad en una casi perfecta sincronía. Por desgracia gran parte es apariencia porque así lo disfrazamos nosotros y porque lo convertimos en un mecanismo de defensa ante los problemas y situaciones de nuestra propia vida. El problema es cuando lo convertimos en nuestra forma de vida y es algo habitual, se traduce en mucha buena imagen, pero sin ninguna profundidad.
Cuántas veces hemos puesto buena cara a una persona con la que nos hemos encontrado y la hemos tratado como si tal cosa, incluso alagándola o bromeando con ella y luego a la vuelta la hemos juzgado, criticado o simplemente, como nos cae mal, decimos que no la soportamos. No podemos huir de estas realidades, ni hacer creer a las personas que contamos con ellas, para luego utilizarlas o darlas de lado. Si queremos ser auténticos cristianos debemos ser sensibles a los demás y sobre todo sinceros.
Muchas son las ocasiones en las que nos encontramos entre la espada y la pared. Incluso llega a parecer que no vemos ninguna salida por ningún lado vayamos por donde vayamos. La vida nos va poniendo pruebas en el camino que de alguna manera miden nuestra fe y la confianza que tenemos en Dios. Siempre en los momentos de dificultad y de incertidumbre tenemos la duda que nos martiriza y que hace que vayamos desconfiando de todo.
Si hay algo que apenas nos gusta es que no nos den explicaciones de lo que tenemos que hacer. Siempre necesitamos un motivo, una explicación del por qué tenemos que hacer las cosas, para hacerlas con agrado y si se puede disfrutar sacándole el mejor provecho a nuestro esfuerzo y a nuestro tiempo. Queremos y necesitamos saber con antelación lo que tenemos que hacer, para organizarnos y que dentro de nuestros esquemas mentales todo esté previsto y sepamos encontrar la motivación necesaria que nos permita dar lo mejor de nosotros mismos.





Cuántas veces nos hemos visto comprometidos por nuestras palabras, por aquello que hemos dicho y que luego no hemos hecho. Habitualmente decimos que somos esclavos de nuestras propias palabras, pues lo que hoy criticamos y juzgamos, mañana quizás estamos realizando aquello que hemos censurado.