Ante la ofensa, ora y luego habla

Desde que nacemos heredamos no sólo el físico, sino también los hábitos y las formas que aprendemos de los que nos rodean. Nuestros mayores nos han enseñado lo que creían que era lo mejor para nosotros; cuando empezamos a tener conciencia propia y capacidad crítica, filtramos por nuestra razón y moral lo que consideramos que es lo correcto. Nos han enseñado a amar, a respetar, a ser educados con las personas…; también nos han enseñado a defendernos cuando nos atacan y a ser lo más justos posible buscando siempre la igualdad y la armonía allá donde nos encontremos. Influimos en el ambiente en el que nos encontramos, dependiendo de la manera en la que lo hacemos nuestro. Implicarnos o no es un paso fundamental que nos hace ser escritores de la historia o meros espectadores. Hay veces que el compromiso nos incomoda y nos llega a asustar, porque nos exige y nos obliga a salir de nuestra forma de confort y a complicarnos la vida, cada vez más. ¿Cuál es el límite que pones a tu compromiso? Si algo nos enseña Jesucristo es a llegar hasta el final, a dar la vida, aunque suponga sufrimiento y angustia, como Él la vivió en Getsemaní y en el Calvario.

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El fuego de la lengua

A todos nos gusta hablar y opinar sobre muchos temas. Hay veces que cuando opinamos parece como si fuésemos expertos en los temas, pues parece que entendemos de todo y llegamos a expresar que nosotros lo podemos hacer incluso mejor también. Y aunque no lo digamos a nadie, al menos lo pensamos. Lo cual demuestra un poco de envidia y orgullo por nuestra parte pues parece como si nos creyéramos superiores.

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