
Las llamadas del Señor Jesús están llenas de fuerza. Con una sola palabra conmueve el corazón de quien es llamado y es capaz de dejarlo todo para seguirlo. Así le ocurrió al apóstol Mateo, estando sentado en su mesa de recaudador de impuestos, el Señor Jesús que pasaba lo vio, se acercó y le dijo: «Sígueme. Él se levantó y lo siguió» (Mt 9, 9).¿Cómo sería la mirada de Jesús? Una mirada llena de amor y de ternura que tuvo que conmover sobremanera su corazón. Tanto que dejó su trabajo, bien remunerado y que le favorecía económicamente, aunque a un precio demasiado costoso, porque se había ganado la enemistad de sus conciudadanos, al recaudar para los romanos; por eso le consideraban publicano y pecador, y era despreciado por los demás. Para Jesús no pasó desapercibido, desde la paz y delicadeza de su trato exquisito se fijó en Mateo y lo llamó para seguirle, para ofrecerle una vida nueva. Y es que Dios siempre nos da primero; nos da todo lo que posee para que nos levantemos de nuestra situación personal de pecado e inmovilismo y podamos descubrir lo que verdaderamente da sentido a la vida: el seguimiento de Cristo. Por esto, es necesario hacer un momento de silencio y poder tomar conciencia de cada uno de los momentos de nuestra vida en los que Dios se ha parado a nuestro lado, para regalarnos su infinita misericordia.

Siempre me ha llamado la atención cuando me han dicho que se utilizan menos músculos de la cara cuando se sonríe que cuando se está enfadado. Hay muchos tipos de sonrisa: alegría, miedo, vergüenza, enfado, dolor, desprecio, incredulidad, júbilo, entusiasmo… La sonrisa la utilizamos cuando estamos pasando un buen momento y también cuando no es tan bueno. Y es que el ser humano es capaz de sonreír y sin embargo de confundir y disimular el estado de ánimo que se puede tener en el momento.