Al Santísimo Cristo de las Injurias

Hoy es el día de la Cruz. Un día grande que he celebrado siempre con mucha devoción. Porque el Santísimo Cristo de las Injurias es el patrono de mi pueblo, Noblejas. Estaré hoy predicando en las fiestas patronales de este año y compartiendo mi fe y devoción con el pueblo que me ha visto crecer desde pequeño. Es una fortuna poder amar tus raíces, sentirte identificado con lo que desde pequeño te han inculcado, has vivido y celebrado. Lo que a corta edad parecía lejano e impensable, lo ves hecho realidad cuando eres mayor. Hoy doy gracias a Dios por ser sacerdote y poder predicar con todo mi corazón y devoción al Santísimo Cristo de las Injurias. Es algo que nace de dentro, poder mirarle a Él en la Cruz y sentir ese nervio, ese hormigueo, esa emoción que nace de lo más profundo de uno. ¡Viva el Santísimo Cristo de las Injurias! Decimos en Noblejas. Algo que creo que debemos prolongar, no solo en torno a los días propios de la fiesta, sino a lo largo de todo el año.

Los creyentes necesitamos celebrar la fe. Hay días muy especiales, más intensos, que nos ayudan a coger ese impulso para seguir caminando y conociendo a Dios. Sabemos que nuestro camino es de largo recorrido, con paradas y descansos necesarios, pero también con una velocidad de crucero que nos permita avanzar y profundizar en nuestra relación personal con el Señor. Somos consciente de los cuidados y mimos que necesita nuestra vida espiritual, para poder reconocer la presencia viva de Cristo a nuestro lado. Estamos inmersos en el tiempo pascual; celebramos la Resurrección del Señor y miramos a la Cruz conscientes de que es el paso para la Vida en Dios. Saber decir «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46), es abandonarnos totalmente en las manos de Dios para dejar que el Señor Padre nos resucite, nos lleve a la vida nueva, a la vida en el Espíritu Santo. Porque es en la entrega de la Cruz donde manifestamos y constatamos el amor por Dios. Morir a uno mismo a veces nos resulta complicado, porque implica morir a nuestro orgullo, a nuestra soberbia, dar la vida sin esperar nada a cambio. 

No te compares con nadie. Es cierto que hay que vivir la vida en comunidad y necesitamos de los hermanos, pero no juzgues si los hermanos hacen o no, viven o no, se entregan o no. Preocúpate por llenarte de Dios, serle fiel cada día y poner todo tu corazón en lo que haces. Ya se encargará el Señor de poner en tu camino a personas que viven, creen y celebran lo mismo que tú. Se es un imán, porque todos iremos a beber de la misma fuente: la Eucaristía. La oración y la fracción del pan son los puntos de encuentro con los hermanos. Ahí es donde nos sentimos unidos, ilusionados y parte de un mismo proyecto. Es donde descubrimos el verdadero sentido de la Cruz, y donde el don de la gratuidad se hace más fuerte. Podemos decir que el Evangelio es de minorías, ya lo decía Jesús: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos»(Mt 22, 14). A veces hay que caminar contracorriente. Esto no significa que no merezca la pena, más bien lo contrario. La autenticidad hay que buscarla fuera del ruido, de las corrientes que arrastran. Es necesario salir de ese círculo vicioso de comodidad y autosuficiencia en el que nos sumergimos. No hay que mirar por uno mismo, hay que mirar por los hermanos. Es lo que Jesucristo nos enseña desde la Cruz.

Jesús podría haber renunciado a su sufrimiento, pero no quiso. Quiso pasar por la Cruz, para enseñarnos a dar sentido a todas las dificultades de nuestra vida por las que tenemos que pasar. Nos dice cada día que confiando y abandonándonos en Él es posible llevar la cruz, aceptar lo que nos parece injusto, morir por los demás sin esperar nada a cambio. Que Cristo sea el espejo en el que te puedas mirar cada día. El Santísimo Cristo de las Injurias, en este 3 de mayo, día de la Cruz, te sigue diciendo que te ama y que hagas lo mismo que Él.