Confianza ante la impotencia

Cuántas veces hemos querido ayudar y solucionar los problemas de las personas que amamos y nos importan y no podemos hacer nada porque la situación se nos escapa de las manos y no podemos ayudar. Poco a poco comienza a surgir un sentimiento bastante grande de malestar interior que hace que nos revelemos y que tengamos una rabia interna acumulada difícil de sacar. Nos sentimos impotentes porque las situaciones nos superan y no podemos hacer nada, nos vemos atados y por mucho que buscamos soluciones y respuestas a los problemas no las encontramos.

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Ante la angustia, Dios

¡Cuántas veces nos angustiamos e impacientamos porque las cosas no llegan cuando queremos! Son muchos los momentos en las que a lo largo de nuestra vida nos sentimos así, porque deseamos que ocurra lo que mejor nos conviene. El no tener la información suficiente nos hace desear más todavía, la mente vuela a pasos agigantados junto con la imaginación y nos ponemos nerviosos, empezamos a imaginarnos cosas que no son, los nervios aumentan más todavía y perdemos la paz.

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Todo llega

Esta mañana tenía una conversación donde hablaba con una persona sobre la esperanza y la paciencia que hay que tener ante los proyectos que uno desea que le lleguen a su vida. ¡Cuántas veces nos ponemos nerviosos cuando lo que queremos no llega! A mí también me pasa.

«El mejor fuego no es el que se enciende rápidamente» (Mary Anne Evans). En un mundo tan global en el que la información vuela a una velocidad supersónica, buscamos la inmediatez, y sin darnos cuenta nos hemos metido en un ritmo de vida tan fuerte que no somos capaces de pararnos. Nos cuesta trabajo hacer silencio en nuestro interior, esperar, aguantar los defectos de los demás y aceptarlos tal y como son, no juzgar ni hablar mal de los demás, orar y meditar la Palabra de Dios…

Uno de los doce frutos del Espíritu Santo es el de la Paciencia que nos permite hacerle frente a la tristeza y al desánimo ante una situación que parece que no llega o que no termina. Humanamente, cultivar la paciencia sin Dios a veces se convierte en una tarea ardua y difícil, pero con la presencia y la ayuda del Espíritu Santo hace que la paciencia brote y podamos enfrentarnos a situaciones duraderas y hasta permanentes, con confianza y con calma. Y entonces llega la paz y la serenidad, incluso en medio del sufrimiento y del dolor.

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