Somos misión para el mundo

Celebrar la Resurrección de Jesucristo es siempre un motivo de alegría.


El Señor Jesús hizo un regalazo a María Magdalena al aparecerse resucitado. Menudo privilegio con el que contó Santa María Magdalena al poder contemplar al Señor Resucitado. ¡Gran alegría!, como nos cuentan los evangelios.

También los discípulos se llenaron de alegría cuando estaban reunidos en el Cenáculo. Exaltar de gozo al ver al Resucitado cobra aún más sentido cuando lo constatamos con nuestra propia experiencia personal.

Necesitamos llenar de experiencias fuertes y gozosas nuestra vida de fe.

Tan importante es este acontecimiento que el Papa Francisco decretó el 3 de junio de 2017 que el día 22 de julio, cuando celebramos a Santa María Magdalena, fuese “Fiesta litúrgica” por ser la primera testigo y anunciadora que llevó la Buena Noticia de la Resurrección del Señor.

Lo primero que hicieron María Magdalena y las mujeres fue anunciar lo que había ocurrido (Lc 24,10), que el Jesús estaba vivo, había resucitado. Y los apóstoles, lo primero que pensaron es que estaban delirando (Lc 24, 11). ¡Cuántas veces nos desconcierta el Señor!

El mandato que Jesús dio a los apóstoles cuando se apareció resucitado fue: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). Y en Pentecostés ocurrió. Lanzados a predicar.

Estamos en el tiempo del Espíritu Santo, dejemos que actúe en nosotros y que sea Él quien nos guie. Rompamos con el control de nuestra propia vida y dejemos que sea Dios quien nos guie y nos lleve hacia donde Él quiere. Siempre querrá que estemos pendientes de quien nos necesita, de los más desfavorecidos, de quienes se encuentran solos.

Tiempo tenemos y hasta nos sobra. Hay veces que el estrés puede con nosotros y parece que nos falta de todo, pero no, con Dios y en sus manos, se acabaron los agobios, los esquemas… con Él llegaremos a todos lados y haremos hasta lo impensable.

Somos misioneros y sólo hay que perder el miedo dejando que sea el Señor el que nos rompa los esquemas para que podamos adoptar los suyos y llegar a pensar como Dios, siempre desde el amor y la misericordia. ¿Qué necesitamos? Voluntad.