Homilía Viernes Santo

El Señor Jesús ha muerto. Ha muerto por ti y por mi. Por cada uno de nosotros. “Que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor”(Flp 2, 10). Debemos estar agradecidos a Dios, que a pesar de nuestras flaquezas y desmerecimientos, sigue pensando en nosotros. Nos considera especiales y nos da de nuevo la oportunidad de contemplar a su Hijo, muerto en la Cruz por nosotros. Ha sido torturado hasta la extenuación. Si un crucificado tardaba en morir alrededor de cuarenta y ocho horas, Cristo lo ha hecho en apenas ocho horas, su cuerpo no aguantó más, y en medio de la extenuación humana, sin fuerzas y sin aliento, nos da la mayor de las lecciones de vida que nadie en la historia de la humanidad ha realizado. Nos enseña a morir por amor y a perdonar a quienes le quitan la vida. ¿Inalcanzable para nosotros?Con la ayuda del Señor todo es posible en nuestra vida, y esta es la llamada que Cristo desde la Cruz quiere hacernos hoy. Demos ese paso al frente, seamos capaces de arriesgar como lo hizo Cristo y con fidelidad y obediencia vivir nuestro discipulado.No seamos cómodos de quedarnos instalados en nuestra vida, en nuestra realidad, con nuestras propias justificaciones personales que nos hacen estar tranquilos porque nos auto-convencemos de que estamos en el camino y haciendo lo correcto. Siempre podremos hacer algo más. Nunca es suficiente en cuestión de amar y perdonar. Es cuestión de comprometernos y entregarnos a los demás olvidándonos de nosotros mismos.

  • Lo fácil escomo hizo el Sanedrín con Cristo: “Conviene que muera uno antes que todo el pueblo”, para así justificar una mala acción interesada porque así se quitaban el problema de Jesucristo. Y todo se cocina en la oscuridad, en las tinieblas.
  • Lo fácil esagarrarse a la ley que hace que miremos a los demás escrupulosamente y que seamos duros a la hora de juzgar
  • Lo fácil esponer como norma y estilo de vida las costumbres que ya han perdido el interés por lo novedoso y se han convertido en una rutina de ritos y símbolos, de una vivencia de la fe que no compromete.
  • Lo fácil esdefender lo de siempre, lo que hasta ahora venimos haciendo porque lo que se sale de ahí nos empieza a complicar demasiado y además nos saca de nuestra zona de confort.
  • Es por esto que en este Viernes Santo nosotros nos preguntamos cuándo caemos en estas actitudes del Sanedrín:
    • ¿Cuándo justificamos nuestras acciones y palabras?
    • ¿Cuándo somos exigentes con los demás y transigentes con nosotros mismos?
    • ¿Cuándo acomodamos el Evangelio y la vida de fe a nuestras conveniencias e intereses particulares?
    • ¿Cuándo rehusamos el compromiso y nos dejamos llevar por la comodidad, la vergüenza, el falso respeto humano?

Y tampoco pasemos por alto la actitud del pueblo a la hora de gritar: “¡Crucifícalo!”. Unos días antes lo aclamaban como Mesías, como el Salvador, reconociendo sus signos por los milagros que hacía el Maestro, y escuchándole con admiración: “¡Nunca hemos conocido a nadie que enseñase con tanta autoridad!”. Y ahora también ellos son los que gritan también la sentencia del Sanedrín.

¿Dónde está su identidad? ¿Dónde queda el sentido de la justicia? ¿Dónde ha quedado ese sentido de pertenencia a la hora de buscar y desear estar con Jesús? ¿Fue tan solo una relación interesada? Estas mismas preguntas también nos las hacemos a nosotros mismos en esta tarde de Viernes Santo, porque como creyentes:

  • ¿cuántas veces buscamos a Dios y vivimos nuestra fe de una manera interesada?
  • ¿Cuántas veces no nos sentimos identificados con el Evangelio o lo rechazamos en nuestro interior?
  • ¿Cuántas veces no somos justos en el trato con los demás?

Es entonces cuando también nosotros estamos gritando: “¡Crucifícalo!”. Es entonces cuando también nos convertimos en cómplices al consentir que esta injusticia siga realizándose en nuestras vidas porque no ponemos a Dios en el centro, porque camuflamos la verdad acomodándola a nuestros intereses particulares, aunque eso suponga incluso pasar por encima de las personas.

En esta tarde de Viernes Santo estamos obligados también a revisar nuestro propio pecado de omisión, reflejado en la figura de Poncio Pilatos.Él prefirió lavarse las manos y no complicarse la vida para quedar bien con Roma y con los judíos. El pecado de omisión no es sólo dejar de actuar ante situaciones injustas que comprometen nuestra vida, sino también dejar de buscarporque preferimos emplear nuestro tiempo en el ocio, en la televisión, en las redes sociales… y el tiempo se nos va en muchas ocasiones en no hacer nada. El pecado de omisión es también dejar de formarnos, pues somos conscientes de la importancia de una formación integral profunda y seria, y nos conformamos con una formación parcial que nos instala y estanca pues ya hemos alcanzado nuestras metas particulares dejando a un lado las metas comunitarias y los nuevos retos que la Iglesia nos propone como creyentes. Pecado de omisión es también abandonarnos en la oración y dejar de profundizar en nuestra fe, en el conocimiento de Dios, argumentando que no tenemos tiempo. ¿Tiempo para qué? Sobradamente sabemos todo que tenemos tiempo para lo que queremos. Pues nos acaba de llegar el momento de la verdad: el de dar un paso al frente y coger con Jesús la Cruz, o quedarnos estancados en nuestras cosas. Pilatos lo tuvo claro, no me complico, mejor que decida la masa social con su veredicto público. Es más complicado caminar contracorriente y quedarte solo.

Así se quedó el Señor Jesús, sólo, abandonado por sus discípulos. Los que habían compartido con Él la vida, la mesa, el caminar, los cansancios… fueron los primeros en traicionarle, negarle y salir corriendo para salvarse ellos. ¿Miedo como Pedro al negar a Cristo y los demás discípulos al huir? ¿Decepción por un proyecto que no respondía a sus expectativas, como Judas? Ellos también hablaron en Getsemaní y en el pretorio:Huyeron porque el cálizque acababan de beber con Jesús una hora antes no era de su agrado, les exigía demasiado. Correr la misma suerte que Cristo cuando todo viene de cara a los discípulos les resultó mucho más fácil que cuando la situación se complicó. ¡Cuántas promesas hechas a Dios que se han quedado en palabras! ¡Cuántas buenas intenciones que no hemos llegado a realizar! ¡Cuántas veces hemos querido quedar bien por encima de todo sin importar lo correcto o lo justo!

Son en estas situaciones donde también nosotros hablamos como los discípulos con nuestra no presencia, no fidelidad, negando a Dios en nuestro entorno o simplemente callandopara no señalarnos, para no destaparnos ante los demás.

Y Jesús carga con su Cruz.Por todo esto no se detiene, sino que al contrario la abraza más fuerte y camina con un paso mucho más firme. Para mostrarnos el camino. Y sí hermanos, el camino pasa por la Cruz, la salvación pasa por la Cruz, la fidelidad a Dios pasa por la Cruzque es “escándalo para los judíos y necedad para los gentiles” (1 Cor 1, 23). Y nosotros queremos que la Cruz sea nuestro sentido de vida, porque nos ayuda a superar las dificultades, a aceptar lo que la vida nos trae y a dar sentido a nuestro dolor, nuestros sufrimientos, nuestras penas. Y no sólo eso, sino que además Cristo te dice: “Soy tu Cirineo. No eres tú quien lleva tu cruz, sino que soy yo quien la carga”. Y, ¿qué podemos decir? Sólo contemplarle muerto y decirle: “¡Gracias, Señor! ¡Gracias Jesús!”

Pero no conforme con esto además nos tiene preparado Jesús un regalo muy grande: A María, que nos la da como Madre. Y es ella misma la que junto a Jesús nos da a todos la mayor de las lecciones de vida y de fe. La mujer del “Sí” que no solo está al pie de la Cruz sino que nos acepta a todos como hijos.Es ella quien se convierte en nuestro consuelo en medio de su dolor, con esa espada que le atraviesa al corazón y que mira a Dios al cielo con la mayor de las esperanzas y de la fe, que se arma de valor para contemplar el mayor dolor humano: ver a morir a su hijo injustamente, y a la vez señalarnos al Padre que hace su voluntad y que ha permitido que Cristo, el grano de trigo, muera para dar mucho fruto. Y ella es la primera testigo de esta promesa que se ha hecho realidad y la primera también que nos quiere iluminar para que aprendamos a dar sentido a nuestros sufrimientos, a nuestras penas y dolores. Y por eso en esta tarde de Viernes Santo también te pedimos, Madre buena, que nos ayudes a adorar la Cruz, a besar a tu Hijo Jesús que ha muerto por nosotros para que seamos fieles como tú y confiemos en Dios como tú aunque no entendamos nada.

Santa María, Madre de Dios y madre nuestra, ruega por nosotros.

 

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