El deseo de Dios

A menudo experimentados el deseo, esperando que se cumplan los anhelos que tenemos en nuestro corazón y aquellas aspiraciones más profundas que tenemos en nuestra vida. Siempre queremos lo mejor para nosotros y para los que nos rodean, pues queremos que la felicidad y todo lo bueno ocurra para así disfrutar de la vida y poder sentirnos realizados. Solemos emplear gran parte de nuestras fuerzas por conseguirlo y de ello depende también nuestro grado de realización personal y satisfacción en nuestra vida. Hay veces que nos centramos tantos en nuestros anhelos que nos llegamos a obsesionar y a impacientar interiormente, pues vemos que lo que queremos no llega en un corto espacio de tiempo y esto nos inquieta, nos desconcierta y hasta nos llega a quitar la paz interior, a veces tan vulnerable en nuestras vidas. Cuando deseamos algo y se cumple nos sentimos felices, encantados…; el problema viene cuando nuestros deseos no se cumplen y no somos capaces de asumir que las cosas no salen como a nosotros nos gustarían, aquí solemos sufrir mucho más y nos sentimos peor.

Dios nos creó a su imagen y semejanza y nos ha dado la conciencia y la libertad para que eligiendo con rectitud y haciendo lo correcto seamos capaces de experimentarla plenitud y lo auténtico en nuestra propia vida. Nos ha dejado el deseo de querer estar con Él, encontrarnos y verlo con nuestros propios ojos. El deseo de Dios es atraernos siempre hacia Él, para que podamos encontrar la felicidad y la plenitud; y para que sintamos que la vida y la fuerzan nos llevan de la mano a su encuentro, pues siempre hemos de buscar a Dios. Como Dios es nuestro Creador nos ha dejado ese deseo para que podamos volver al “primer sí”, al origen de nuestra propia vida. Y es que «el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar» (Catecismo de la Iglesia Católica, 27). Dios quiere llevarnos a Él siempre, por eso no tengas ningún miedo en fiarte de Él y en mostrarte tal y cómo eres, porque Dios te conoce y si quiere que vayas a su encuentro es para hacerte más feliz, para llenar tu corazón de ese Amor tan especial que te da y que te hace tan especial para Él. Que tu alma se funda con la de Dios para que puedas llegar al éxtasis, al mayor de los gozos y la más profunda de las experiencias de encuentro con el Señor, ya que uno es capaz de salir de sí mismo y al ponerte en las manos del Padre, te des-centras.

Dejarse superar por Dios es no pensar uno mismo, sino más bien en lo que Él te pide, que es mucho. Como seres humanos somos buscadores de Dios y ante nuestra pequeñez el Señor nos supera y nos derrama su amor de una manera tan desbordante que nuestra vida cobra sentido en todas sus dimensiones y sabemos claramente qué es lo que queremos. Esto nos permite darnos cuenta de que lo alcanzado no es suficiente y a pesar de nuestras faltas y pecados, queremos en nuestra vida el verdadero bien. Aunque a veces nos separamos de Él, nos damos cuenta de que no podemos estar mucho tiempo alejados, sino que con el sacramento de la Confesión y con nuestra oración personal, somos capaces de adentrarnos de nuevo en la inmensidad de Dios.

Este es el deseo de Dios, que trates a los demás como hermanos y que te sumerjas en las profundidades del Evangelio, para que tu vida esté siempre llena de un Amor que estás llamado a compartir, a entregar y a desmigajar a través de detalles y gestos que pasen desapercibidos a los ojos de los demás. Que anheles estar siempre con Jesús, contemplándole y adorándole en la Eucaristía, para que tu alma llegue a comprender por fin cuál es el verdadero alimento, pues rápidamente nos sumergimos en la inercia del mundo y lo espiritual tiende a desvanecerse porque lo mundano pisa con más fuerza en tu vida. Que tu corazón se una al de Cristo y así puedas decir como Él: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea» (Jn 17, 21). Este es el deseo de Dios.