¡Déjate llevar!

A todos nos gusta saber lo que tenemos que hacer y qué tenemos que decir. Cuántas veces nos exigimos la perfección y repasamos en nuestra mente conversaciones, arrepintiéndonos incluso de no haber dicho ciertas cosas que hubiesen sido más que acertadas en ese momento.

Cuando tenemos que tomar una decisión importante, ¡qué intranquilos estamos! Dudamos, le damos vueltas y vueltas, con la incertidumbre de saber si habremos o no acertado con la elección correcta. Y es el tiempo quien nos va diciendo, cuando empezamos a caminar, si ha sido o no acertado. Nos gusta saberlo todo y tener nuestra vida bien controlada.

“El hombre propone, y Dios dispone”. Así es Dios: Imprevisible, sorprendente… Ya se lo dijo Jesús a Nicodemo: “…el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu”(Jn 3, 8). Dios siempre está y nos pide que nos dejemos llevar por el viento como si fuésemos una pluma. Esta es la fe y la confianza en Dios.

Somos una pequeña pluma en medio de la vida, vamos viviendo etapas, atravesando momentos, llegando a pequeñas metas y hasta en ocasiones haciéndonos más fuertes que el propio viento para marcar nuestro propio camino y sometidos a grandes esfuerzos. Esta no es nuestra lucha. No podemos luchar contra el viento de Dios, contra el soplo del Espíritu. Dios puede mucho más que nosotros y cada día somos invitados a dejarnos llevar, porque Él nunca falla. Siempre acierta.

Jesús se lo dijo a los discípulos, y parece que les costó trabajo comprender al principio: “El que pierda su vida por mi, la encontrará”(Mt 10, 39); hasta que se llenaron del Espíritu Santo en Pentecostés, y todo lo vieron con claridad. Había que dejarse llevar. Por eso déjate llevar, no te resistas. Dios siempre acierta.