Decir “Sí”

Decir “Sí” muchas veces cuesta y nos compromete demasiado, y mucho más cuando no tenemos mucho tiempo para pensar o meditar la decisión. Queremos sentirnos seguros y tener nuestra vida bajo control, sabiendo de las ventajas y de los problemas que nuestras decisiones nos pueden traer. Por eso, en ocasiones, nace el miedo que tenemos a decidir y a lanzarnos en lo importante de nuestra vida.

Cuántas veces nos hemos podido dejar llevar por los impulsos y nos hemos arrepentido cuando hemos constatado que no ha sido la decisión adecuada, y también a la inversa, cuántas veces nos hemos alegrado de que hemos hecho lo correcto y a pesar de jugárnosla y arriesgarnos, nos ha salido bien, hemos acertado y hemos respirado tranquilos.

Si de algo estoy convencido en mi vida es que todo lo que viene de Dios no puede ser malo, más bien lo contrario, siempre será bueno. Y Dios es paciente y actúa. Cuando estamos preparados lo vemos con claridad y cuando no lo estamos espera con paciencia el momento adecuado. Así lo he experimentado a lo largo de mi existencia. Y me encanta descubrir cómo Dios ha actuado en la vida del hombre a lo largo de lo historia y lo sigue haciendo en la actualidad.

En la sencillez de una aldea llamada Nazaret, Dios se fijó en una humilde joven a la que sorprendió el ángel Gabriel y le propuso el plan que Dios tenía para ella. María se turba e intenta excusarse con el Señor, pero no pudo resistirse, aceptó diciendo una de las frases más hermosas que nos narra el evangelista San Lucas: «He aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra». (Lc 1, 38).

Y bien es cierto que María no tuvo mucho tiempo para pensárselo. No le dio cita al Señor, ni le dijo: “Espera que en este momento no me viene bien”. No le puso excusas, el miedo no la atenazó. Dios la sorprendió y Ella le dijo “Sí”. Supo ver claramente que venía de Él y confió. Dio el gran salto al vacío de su vida, sabiendo que Dios la cogería en brazos nada más saltar. En un instante supo poner en práctica lo que desde bien pequeña sus padres le habían transmitido: la fe y la  confianza en el Señor.

Y claro que tuvo muchas situaciones que no entendía y que tuvo que vivir y afrontar. Así lo dice San Lucas:

«Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón»(Lc 2, 19.51). María quedaba sorprendida, preocupada, sufría… pero nunca dejaba de confiar en Dios. Es más, a María no le hizo falta ir al sepulcro el Domingo de Resurrección, al menos los evangelios tampoco la nombran. Bien sabía ella que Dios tenía preparado algo muy muy grande y hermoso: la Resurrección de Cristo.

María se dejó llevar por Dios en todo momento, y este es el salto de fe que ella nos enseña a dar. Todo lo que viene de Dios siempre lleva a la vida y a la plenitud, aunque tengamos que pasar por la incomprensión, el dolor, el sufrimiento, la persecución. Ella nos enseña a fiarnos de Dios y a volver siempre nuestra mirada a Él.

Hoy es 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima. También ella se apareció a los santos pastorcillos Francisco y Jacinta, y a Lucía. Sencillos y humildes. Y les pidió rezar el rosario y rezar por la conversión de los pecadores. Oración y conversión. Ella también se fijo en los más humildes y sencillos para hacernos llegar su mensaje, como hizo Dios con ella. Y hoy en día nuestra Madre sigue cuidándonos y ayudándonos cuando acudimos a ella como hijos.

El mejor regalo que hoy le puedes hacer a la Virgen es confesarte, comulgar y rezar el rosario.

Nuestra Señora de Fátima, ruega por nosotros.